martes, 24 de febrero de 2009

El Talleyrand Criollo

(Extractado del libro de Jorge Escobari Cusicanqui, Derecho Diplomático de Bolivia; La Paz, Bolivia : Ed. La Juventud, 1985.)

Como Talleyrand fue el servidor irreemplazable de los personajes y gobiernos que se sucedieron durante su importante actuación pública, pero también como él, fue el autor de las intrigas, traiciones y deslealtades que se tramaron contra esos mismos gobiernos y personajes. Tan grande llegó a ser su influencia en esos menesteres y trajines, que su conducta ha dado origen también para la posteridad, a la expresión despectiva del olañetismo, con la que se califica al transfugio o inconsecuencia política, al engaño, a la bellaquería y a la versatilidad.

Olañeta, luego de haber colaborado a las fuerzas realistas se pasó al bando de los que luchaban por la emancipación colonial y, enseguida, proclamada la república, sirvió y traicionó sucesivamente a los gobiernos de Sucre, Velasco, Santa Cruz, Ballivián y linares. Así como Talleyrand para justificar su conducta decía que “después de los naufragios se necesitan pilotos que salven a los náufragos”, Olañeta expresaba: “ Yo no cambio, los que cambian son los gobiernos” y añadía: “Me llamáis inconsecuente; si los gobiernos no son consecuentes con los principios; ¿cómo queréis que yo lo sea con ellos? Sed vosotros consecuentes con las personas y yo lo será con los principios”. El historiador chileno, Ramón Sotomayor Valdés, dijo de él: “Había estado con todos los gobiernos; con ninguno había sido consecuente. Servía a una mala causa y la explotaba en su provecho, sin pena ni remordimiento, porque se reservaba el derecho de traicionarla en el momento oportuno en el nombre de la libertad y entonces medía la importancia del servicio por la malicia del acto, como si en su concepto ninguna ofrenda más espléndida pudiera deponerse en las aras de aquella deidad que un acto de insigne inconsecuencia o de inaudita felonía”. A su vez Alcides Arguedas transcribe el siguiente juicio del periódico “La Época” de La Paz, sobre Olañeta: “es el tipo de versatilidad y la perfidia, cuyo papel ha representado en Bolivia por treinta y cuatro años. Impostor por esencia, inconstante por carácter, ha sabido sacar el mejor partido de estas dos cualidades para influir sobre el pueblo boliviano. Quien vio a Olañeta amigo de Sucre y luego su traidor, ministro de Santa Cruz y en su agonía y muy pronto su impecable acusador; quien le escuchó elogiar a Velasco en el año 40 y tratarlo de mazorquero des Chile entonces mismo; quien presenció el despecho con que quiso defender y santificar las miras del General Ballivián respecto del Perú y convertirse en seguida en sangriento enemigo por las mismas causas que le parecieron, poco antes, las más plausibles y heroicas; quien haya observado, decimos, tan espantosos contrastes en la vida de un hombre público, no podrá menos que asombrarse al considerar que Bolivia haya sido por tanto tiempo el teatro de las aberraciones políticas del hombre mas versátil que ha conocido la política de los estados sudamericanos…” En concordancia con esas apreciaciones, Arnade dice:” Con su fenomenal perspicacia conocía perfectamente cuando la causa o persona que estaba apoyando perdería popularidad. Cuando el descontento en estaba en una etapa embrionaria, abría relaciones con la oposición detrás de bastidores. En tiempo apropiado traicionaba la causa que había apoyado y buscaba completo apoyo de sus enemigos. Entonces Olañeta repetía el mismo juego una y otra vez. Después no solo actuó en el escenario de la política nacional, sino que fue tan inescrupuloso como para tomar contacto con potencias extranjeras e invitarlas a atacar Bolivia. En el momento preciso, cuando los invasores perdían popularidad, extendía nuevamente la bandera boliviana. De este modo llevó al poder a casi todos los presidentes bolivianos que desempeñaron el cargo durante su vida; al mismo tiempo organizó la mayoría de las revoluciones contra ellos, y dos veces invitó al Perú a invadir Bolivia.

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