jueves, 7 de mayo de 2009

Ser economista en época de crisis

Por Guillermo Arbe
Gerente de Estudios Económicos de Scotiabank Perú
La economía no es una ciencia exacta. Ni siquiera es una ciencia, creo. Es una disciplina con pretensiones de ciencia. Sin embargo, los economistas nos autoexigimos y la sociedad nos demanda proyecciones y pronósticos con una precisión que sólo puede dar una ciencia exacta. Lógico, sobre estos pronósticos se toman decisiones. Si acertamos (cosa que a veces ocurre), alguien puede salir beneficiado. En cambio, las muchas veces que nos equivocamos dejan una secuela de muertos y heridos impresionante.
Los analistas de mercado, sobre todo los de Wall Street, tal vez sean los que peor récord tienen en vaticinar el futuro. Si no fuera así, sus instituciones y sus clientes no estarían quebrando. Esta pobreza de análisis se debe, en parte, a la alta rotación de los analistas. Antes de que puedan adquirir la experiencia que les permita entender lo que está pasando, ya han cambiado de trabajo, de mercado, de análisis o de oficio, cediendo el lugar a otro novato aún más despistado. Me consta, yo fui uno de ellos. Y por esta falta de experiencia terminan remedándose los unos a los otros.
La culpa también la tiene la rapidez de los acontecimientos. He visto cómo analistas, por el apremio del cierre de su informe, sustituyen el análisis de algún movimiento inesperado del mercado por la explicación que está más a la mano. Son pocas las veces en que ésta tiene algo que ver con la realidad, pero basta que sea expuesta en forma oportuna en el foro apropiado para que sea asumida por otros, propagándose como una verdad incontrastable.
Y esto es en tiempos normales. También en tiempos normales aflora la impredecibilidad propia de la teoría del caos, aparecen los cisnes negros (alto impacto de eventos de baja probabilidad), confunden los rezagos y problemas de timing, y, en fin, surge la conjunción de una multiplicidad de eventos con impactos disímiles que se mezclan con la simple falta de sentido común. Estas distorsiones despistan al analista incluso en tiempos normales. Pero también despistan al auditorio. Uno de los retos más grandes del economista es cuando su opinión contradice el consenso del mercado o la tendencia del momento. ¿Cómo explicar que la inflación debe aumentar por la tremenda inyección de dinero en la economía si los precios de los commodities están bajando? El economista inseguro optará por traicionarse a sí mismo, con tal de mantener su credibilidad.
La prueba de lo despistados que andan todos es que hay crisis. De hecho, ésta es el resultado de una miopía sobrehumana en los países desarrollados, a nivel de autoridades, reguladores, traders, brokers y analistas. A todo esto agréguele la volatilidad de una crisis como la actual, en que el capital especulativo ha crecido una enormidad, pues se escabulle de un mercado a otro con la ponderación y la coherencia de una bala perdida. ¿Que los precios y los mercados están gobernados por sus fundamentos? Nada. Estos capitales se mueven donde hay rentabilidad rápida.
Es éste el estado de los mercados hoy, en que políticas monetarias erradas han alimentado el surgimiento de una cantidad monstruosa de capital especulativo que distorsiona todo.
¿Que los precios de los commodities se van a descalabrar por la desaceleración mundial? Mentira, la caída refleja movimientos de capital. ¿Que la inflación ha desaparecido? No estemos tan seguros, pues el mundo vive la mayor expansión monetaria de la historia. ¿Que el dólar es refugio de valor? Imposible. El mundo se está inundando de dólares y las finanzas públicas de EEUU se están deteriorando a la velocidad de la luz. ¿Que el sol se va a depreciar por la caída de los metales? Depende de con qué se le compara.
Las proyecciones del tipo de cambio son las que mejor reflejan la dificultad de ser economista en tiempos de crisis. La única respuesta honesta a la pregunta de cuál va a ser el tipo de cambio dentro de seis meses o un año es: no sé. Cualquier otra es falsa, debido a los cambios de dirección frecuentes, bruscos e imposibles de pronosticar del capital especulativo. Y, sin embargo, decir no sé no es aceptable.
Al economista se le obliga a engañar. Debe dar un número. Y como el riesgo de equivocarse es tan alto, lo natural es dar uno que no se diferencie mucho del consenso de mercado para esconderse dentro de una selva de pronósticos parecidos, a ver si pasa desapercibido. No vaya a ser que alguien te crea y tome una decisión basada en tu proyección... errada como siempre.

(c) 2008, AméricaEconomía. Todos los derechos reservados.

martes, 24 de febrero de 2009

El Talleyrand Criollo

(Extractado del libro de Jorge Escobari Cusicanqui, Derecho Diplomático de Bolivia; La Paz, Bolivia : Ed. La Juventud, 1985.)

Como Talleyrand fue el servidor irreemplazable de los personajes y gobiernos que se sucedieron durante su importante actuación pública, pero también como él, fue el autor de las intrigas, traiciones y deslealtades que se tramaron contra esos mismos gobiernos y personajes. Tan grande llegó a ser su influencia en esos menesteres y trajines, que su conducta ha dado origen también para la posteridad, a la expresión despectiva del olañetismo, con la que se califica al transfugio o inconsecuencia política, al engaño, a la bellaquería y a la versatilidad.

Olañeta, luego de haber colaborado a las fuerzas realistas se pasó al bando de los que luchaban por la emancipación colonial y, enseguida, proclamada la república, sirvió y traicionó sucesivamente a los gobiernos de Sucre, Velasco, Santa Cruz, Ballivián y linares. Así como Talleyrand para justificar su conducta decía que “después de los naufragios se necesitan pilotos que salven a los náufragos”, Olañeta expresaba: “ Yo no cambio, los que cambian son los gobiernos” y añadía: “Me llamáis inconsecuente; si los gobiernos no son consecuentes con los principios; ¿cómo queréis que yo lo sea con ellos? Sed vosotros consecuentes con las personas y yo lo será con los principios”. El historiador chileno, Ramón Sotomayor Valdés, dijo de él: “Había estado con todos los gobiernos; con ninguno había sido consecuente. Servía a una mala causa y la explotaba en su provecho, sin pena ni remordimiento, porque se reservaba el derecho de traicionarla en el momento oportuno en el nombre de la libertad y entonces medía la importancia del servicio por la malicia del acto, como si en su concepto ninguna ofrenda más espléndida pudiera deponerse en las aras de aquella deidad que un acto de insigne inconsecuencia o de inaudita felonía”. A su vez Alcides Arguedas transcribe el siguiente juicio del periódico “La Época” de La Paz, sobre Olañeta: “es el tipo de versatilidad y la perfidia, cuyo papel ha representado en Bolivia por treinta y cuatro años. Impostor por esencia, inconstante por carácter, ha sabido sacar el mejor partido de estas dos cualidades para influir sobre el pueblo boliviano. Quien vio a Olañeta amigo de Sucre y luego su traidor, ministro de Santa Cruz y en su agonía y muy pronto su impecable acusador; quien le escuchó elogiar a Velasco en el año 40 y tratarlo de mazorquero des Chile entonces mismo; quien presenció el despecho con que quiso defender y santificar las miras del General Ballivián respecto del Perú y convertirse en seguida en sangriento enemigo por las mismas causas que le parecieron, poco antes, las más plausibles y heroicas; quien haya observado, decimos, tan espantosos contrastes en la vida de un hombre público, no podrá menos que asombrarse al considerar que Bolivia haya sido por tanto tiempo el teatro de las aberraciones políticas del hombre mas versátil que ha conocido la política de los estados sudamericanos…” En concordancia con esas apreciaciones, Arnade dice:” Con su fenomenal perspicacia conocía perfectamente cuando la causa o persona que estaba apoyando perdería popularidad. Cuando el descontento en estaba en una etapa embrionaria, abría relaciones con la oposición detrás de bastidores. En tiempo apropiado traicionaba la causa que había apoyado y buscaba completo apoyo de sus enemigos. Entonces Olañeta repetía el mismo juego una y otra vez. Después no solo actuó en el escenario de la política nacional, sino que fue tan inescrupuloso como para tomar contacto con potencias extranjeras e invitarlas a atacar Bolivia. En el momento preciso, cuando los invasores perdían popularidad, extendía nuevamente la bandera boliviana. De este modo llevó al poder a casi todos los presidentes bolivianos que desempeñaron el cargo durante su vida; al mismo tiempo organizó la mayoría de las revoluciones contra ellos, y dos veces invitó al Perú a invadir Bolivia.